Los tiempos son difíciles, los que se avecinan serán aún peores. Habría que exigir hablar con claridad y evitar el lenguaje falsario. La voladura, el 26 de septiembre de 2022, del Nord Stream 1 y el Nord Stream 2 puso fin a cualquier debate serio sobre la supuesta autonomía estratégica de la Unión Europea y mostró hasta qué punto está sometida a la lógica de poder y a los intereses estratégicos de los EEUU. El Presidente Biden se lo dijo, en vivo y en directo, al canciller Olaf Sholz: Alemania tiene que suspender inmediatamente las obras del gaseoducto Nord Stream 2 y dejar de recibir gas y petróleo de Rusia. Unos meses después –en pleno conflicto armado en Ucrania– ambos gaseoductos fueron dinamitados.
Todos sabemos quién estaba por delante y quién estaba por detrás; tampoco se oculta demasiado, solo silencio y bulos que, dependiendo de los días, señalan pistas falsas para eludir la responsabilidad de los “primos americanos”, como diría John Le Carré. La vejación no pudo ser mayor: aliados de la OTAN sabotean una construcción estratégica, vital, de Alemania y no pasa nada. Es más, nadie denuncia, nadie investiga en serio, nadie dimite y, lo que es peor, el alineamiento del país germánico, del conjunto de la UE con la Administración Biden se hizo más estrecho, más férreo. Dicho a lo Vito Corleone: le hicieron una oferta que no pudieron rechazar. Este dato pone de manifiesto la determinación, la importancia decisiva que la guerra programada contra Rusia tenía para los EEUU y la necesidad imperiosa de contar con unos aliados europeos disciplinados y comprometidos, costara lo que costara. Lo que no esperaban era que Trump volviera a ganar las elecciones y que el escenario pudiese cambiar tan rápidamente. Es el problema de ser aliado subalterno de una gran potencia en declive y en plena mutación política, social y cultural. Ahora toca rasgarse las vestiduras, denunciar la ingratitud del malvado Trump e ir recomponiendo la figura para lo que viene, a saber: cambiar de opinión sin que se note mucho.
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