El 26 de mayo de 1978, hace 45 años, el entonces canciller federal alemán, Helmut Schmidt, publicó un artículo en elsemanario Die Zeit que llevaba por título “Alegato por un día sin televisión”. Hoy su lectura produce vértigo. Schmidt fue un canciller de la derecha socialdemócrata, el hombre del establishment que participó en la operación de derribo de su predecesor, Willy Brandt, hombre de izquierdas, éste sí, que quería cambiar las cosas y se granjeó por ello la hostilidad de lo que ahora se llama “deep state” , es decir de los que mandan de verdad en nuestros regímenes sin la menor relación con elecciones.
Produce vértigo porque, pese a todo ello, en aquel inocente artículo, Schmidt decía cosas que hoy serían completamente impensables en boca de nuestros impotentes políticos. Impotentes porque no solo son, como era Schmidt hace 45 años, rehenes de los poderes fácticos, sino que ni siquiera son soberanos sobre lo más básico de la acción política y la vida de la ciudadanía, hoy mucho más en manos de las instituciones oligárquicas y no electas que determinan los contenidos. Por ejemplo: el BCE en materia de política monetaria, la OTAN en el ámbito de la política exterior y militar, o la Comisión Europea en tantas otras cosas. Quiero decir con esto que, leído hoy, el artículo de Schmidt es un ejercicio de pura arqueología política.
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