Lo que comenzó el 5 de febrero como un rifi-rafe de política exterior europea, la tensa visita de Borrell a Moscú como Alto Representa de la Unión Europea, ha acabado como un debate hegeliano sobre la “plenitud democrática” del Régimen del 78. Tras cinco días de manifestaciones en defensa de la libertad de expresión y contra el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, la explosión social de Linares, las declaraciones anti-semitas en la conmemoración fascista de la División Azul, la absolución de la expresidenta de la Comunidad de Madrid Cristina Cifuentes en el caso de los masters fraudulentos, el
sorpasso de Vox en las elecciones catalanas al PP y Ciudadanos, las nuevas declaraciones del extesorero del PP, Bárcenas, sobre la corrupción de su expartido, la continua exposición pública de las cloacas del estado por el expolicia Villarejo, las maniobras para la venta de Naturgy a un fondo buitre por la Caixa, que acaba de deglutir a una Bankia aún pública, la victoria independentista en las elecciones catalanas y las diferencias abiertas entre los dos socios del Gobierno de Coalición Progresista (GCP) -jaleadas por una prensa financiada por grupos de presión y fondos buitres- hay todavía quién se asombra que no sea obvia la completa “normalidad” y “plenitud” de la democracia española. Una democracia que está, no faltaría más, en el lugar 23 de una lista elaborada por una serie de sesudas instituciones cuya metodología no es teológica, pero si teleológica.
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